

Enjaretando La Peña del Roble

A las 9,30 estamos preparados en el Roble para iniciar la etapa. Casi la mitad del grupo son nuevas incorporaciones. Saludamos a varios lugareños que se interesan por nuestro destino, y nos auguran buen tiempo. Bebemos agua en esta incansable fuente y nos hacemos la foto de grupo.
Por la senda que bordea los huertos bajamos hasta "el arroyo " según el antiguo santero que nos despide tomando el sol en su banco (Rambla de Las Canales) y seguiremos por el hasta el Sahuco, a veces por en medio y otras por el camino paralelo. Una de las andarinas hubiera deseado un camino menos pedregoso y entra en un estado meditativo.
Un arrendajo delata con estrépito nuestra presencia. Los cristales de hielo en algunos charcos dan cuenta del riesgo que han soportado esta noche los almendros. A la derecha dejamos el Colmenar, aunque no lo vemos de momento y tras cruzar los llanos de Maria Longina llegamos al Sahuco por una senda de herradura.
En la plaza, al sol frente al santuario, nos instalamos para comernos los bocadillos, ayudados por una botella de vino con un pitorro de caña que Jose saca del bar de su amigo. Y los posteriores cafetitos saben muy ricos y ponen el broche al rico almuerzo. Un gato del terreno se apunta a la celebración sin ningún recato. Mari Luz decide quedarse por aquí hasta que Manoli vuelva a buscarla tras la etapa.
Visitamos el santuario y el velario y salimos al monte por la puerta que hay frente a la morrica, un yacimiento del bronce, que estratégicamente situado, nos muestra algunos restos y unas extraordinarias vistas. Tomamos el camino que bordea la Atalaya y por el recorremos la columna vertebral de la sierra del Sahuco, entre farallones y cuevas y después entre monte bajo que nos ofrece una vista circular de picos, valles, pueblos, aldeas, molinetas y hasta la nieve en un vértice que podría ser La Sagra.
Dejamos el camino y seguimos campo a través en un terreno de piedras afiladas que no es fácil de andar. Mas adelante a la derecha retomamos el camino que nos conduce al Corral de La Pardina, entre cuyos restos sobresale un horno en el interior de una chimenea que aún huele a pan recién cocido, y cuyas espaldas están cubiertas por cuevas rocosas refugio de las cabras. A la derecha quedan los picos Ventosa, Molar, Naranjo, todos de más de mil metros.
Tras un pequeño descanso para inspeccionar el terreno seguimos el camino que voltea la Peña del Roble, 1255m, que bien pudiera considerarse el guardián de la sierra. Y ahora trepamos a su cima, algunos escalando la pared, otros por la puerta, y algunos más esperando el regreso. La foto en el punto geodésico arriba de la cueva de la Encantada, nos saca del embelesamiento de paisajes extraordinarios y el aire fresquito que corre nos apremia a bajar para hacer el último tramo.
Las cabras corretean por delante de nosotros, y el águila perdicera, macho, nos ofrece su planeo y hasta descubrimos uno de sus nidos. José Ángel propone la siguiente etapa, el Pico de la Almenara, que iremos enjaretando.
Ya en el Roble nos despedimos, y cada mochuelo tira para su olivo y algunos en bandada, para reponer las pérdidas de líquido que los 15 km han exigido como diezmo, en tanto sonaba la nueva campana que ni por asomo se aproxima al de la Maria del Pilar.