

Al bar de Alfonsito, en Casas de Lazaro, vamos llegando los andarines. No tenemos mucha prisa porque aún, a las 8,30 una espesa niebla se extiende por el contorno. Cuando el grupo está constituido y dispuesto, nos reagrupamos en dos coches y seguimos girando hacia los Batanes, y por un precioso valle en el que predominan las choperas, pasamos el Cucharal, el río y La Rinconada, y en la siguiente curva cogemos el camino de Montemayor. En otra época, las almenas del patio central de la casa...nos recordaba un palacete por donde correteábamos...pero es otra cosa....
En el siguiente cruce de caminos aparcamos e iniciamos la marcha. Como si hubiera sido pactado, levanta la niebla y sale un sol radiante que ilumina de verde los trigos que se extienden a este lado. Seguimos en dirección a la Casa de las Palomas. Tras la Peña de la cara, dejamos a la derecha el camino de La Canaleja, y nos topamos a la salida de una curva con unas pequeñas y preciosas cascadas en el río, y tenemos que domar el ímpetu que algún bombero nos transmite para bañarnos; en su lugar nos hacemos una foto de grupo y oímos varios trinos del ruiseñor que nos saluda.
Continuamos hasta la Casa de las Palomas, y sintiéndonos observados, descubrimos una cabra a media ladera, que a modo de minuet, nos hace algunas poses para la posterioridad. Tras curiosear en los restos de este magnífico enclave, seguimos nuestra ruta hasta la Isabela. A media cuesta encontramos lo que era una fuente, por cuya canaleta casi sentimos discurrir el agua que tras llenar un pequeño embalse, regaría algunos huertos barranco abajo. La sombra de una noguera, que aún resiste, daría cobijo al caminante, como la fuente el Buitre hacia con los bomberos de este retén.
Continuamos la subida, ahora sin perder de vista una carrasquilla encima de un acumuló de piedras, en el extremo sur de una gran losa corrida que se extiende en busca de los molinos de La Isabela. En este tránsito recibimos la visita del coche de abastecimiento, botellines de agua y un tufillo a chorizos recién fritos, que nos animan a tomar posesión de esta mole, y tras divisar llanos y sierras, con la Almenara como un pez boca arriba con la boca abierta, sacamos los almuerzos. Afortunadamente un vino tinto escondido en una mochila nos ayudó a pasar el trago. Aquí no faltó pan para tanto chorizo.
Y llegó la hora de la verdad, la búsqueda de los petroglifos que sabíamos se esconden por aquí. GPS y coordenadas despistaron a los más pintados, pero fue la indicación del sosquil Quintanilla la que arrancó el grito de guerra del encontrador y aunque sobrias, fuimos conscientes ¡y afortunados! por haber podido contemplar estas producciones artísticas de hace varios miles de años.
Una vez que los objetivos de las cámaras tomaron buena cuenta de ello, iniciamos la vuelta por un camino circular hasta encontrar el que habíamos traído, y en el punto de encuentro divisamos arriba, junto a la carrasquilla de la mole, al indio Laureano, que no vino a andar por sus meniscos tocados, y que aunque creía saber donde, no encontró el nido añorado.
De nuevo en el río, ahora sí, Pakito se arrancó para gozar del masaje restaurador de las aguas de las chorreras, y seguido de algunos bravos pudieron contemplar desde abajo las caras de envidia que sus colegas soportaron. Y casi repuestos, desandamos el último tramo, y nos conjuramos en el Rusadir de San Pedro, para reponer los líquidos que esta calurosa etapa nos había arrancado. Y entre tanto, fuimos firmando él acta de constitución de esta Asociación Senderista Sosquil, que tantas veces nos arrancará, ¡que bien nos lo hemos pasado!. Y así fue, una etapa comedida, 15,6 km en 4,30 horas, con ingredientes variados, buena compañía y ganas de andar. Y el Barbas nos invitó a unos chupitos para festejarlo.