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Yacimiento Íbero de la Quejola

Yacimiento Íbero, Siglo VI-V a.c.

(Blánquez y Olmos, 1993)

               El segundo poblamiento datado de la Dehesa de la Quéjola se sitúa en el siglo VI antes de Cristo sobre el Peñón de Quiebraos, a menos de 500 metros de la comunidad agraria de la Edad del Bronce. Se trata de un poblado, perfectamente planificado, dotado de un templo de carácter singular, asociado con la diosa Astarté. La economía de esta comunidad estaba basada en el comercio del vino. Estas tres circunstancias: planificación urbana, templo sagrado, y comercio del vino confieren a este poblamiento un estatus de “unicum” entre los yacimientos estudiados en España.

            En una fecha imprecisa del siglo VI. a.C , se construyó de manera  planificada el asentamiento, marcado por una especialización económica, comercialización del vino. El poblado consta de una muralla, con caras definidas, atravesando de lado a lado dicha muralla, que evidencia una construcción simultánea de distintos tramos mediante cuadrillas independientes. El sistema defensivo constaba de un torreón cuadrangular, junto a la puerta de acceso.

               La muralla de la Quéjola, así como su único torreón junto a la puerta de acceso, jugaron papeles defensivos, pero a la vez, también ideológicos. De una parte acotaban el espacio urbano, pero también debieron prestigiar la imagen del propio hábitat. La muralla, de 1,30 metros de grosor, no debió sobrepasar los 4 metros de altura. La torre, de más de 6 metros de grosor, debía sobresalir más que la muralla y estar rematada de tapial.

             Las dimensiones y características de los lugares habitacionales indican unidades familiares de cinco miembros por dependencia. Mientras el poblado fue construido en tapial,  el “espacio singular” fue construido en adobes, con un revoco cercano al centímetro de espesor, bastante bien conservado en el espacio sagrado, que fue repintado en varias ocasiones de un fuerte color rojizo. El pavimento del  templo, conservado, procedía de la Dehesa de la Quéjola, y consistía en arcilla de la vega, apisonada sobre la roca virgen, previa retirada de la tierra original.

                En las 16  habitaciones adosadas a la muralla, las ánforas  feniciopúnicas se encuentran en tales cantidades, que resultan espacios de verdadero almacenaje industrial de vino, que exceden al autoconsumo del poblado. Se encuentran también copas de tipo Cástulo, cuya peculiar distribución es de lo más sugerente: una pieza en cada uno de los departamentos-almacenes de vino, junto con otras prácticamente completas agrupadas en una de las estancias del recinto sagrado del espacio singular.

                  La introducción del vino como caldo civilizador y ritual, aparece asociado a un marcado carácter aristocrático-caballeresco. El cultivo de viñas, requiere una notable organización en el poblado, tuvo que ser un cultivo muy caro,  exigente de un cuidado y laboreo propio de las huertas o jardines, se elegía para las cepas lugares en las pendientes de los valles, como los que se encuentran en la Dehesa de la Quéjola (aún se denomina el paraje de las viñas a la zona situada justo frente al yacimiento en dirección oeste, y, todavía resulta más curioso que al este, en el valle de las Pechinas, próximo al yacimiento, en dirección este, aparecen las viñas de los Langostaos).  Las viñas en la antigüedad eran tan valiosas que siempre hubo necesidad de protegerlas con la figura del guardián de la viña, para impedir que fueran robadas y para protegerlas de los animales, salvajes o domésticos. Había que podarlas, cavar, drenar periódicamente, limpiarlas de malas hierbas y cardos. En resumen había que realizar una fuerte y arriesgada inversión de recursos para un potencial producto de un valor alimenticio por debajo de otros considerados en aquella época, más esencial. Se asocia por tanto el cultivo de la vid con sociedades con alto grado de centralización política y desarrollo. A ello se suma la fuerte carga simbólica del vino  entorno  a la fertilidad y sus efectos psicotrópicos que le dotan de elemento ritual por naturaleza.

          Se podría pensar en el vino como catalizador de los elementos sagrados del poblado, especialmente en el lugar del “edificio singular”, donde se halló el timiaterio. Se trata de dos estancias, una de ellas con doble compartimento y la otra  dotada de pseudocapiteles.  Por la arquitectura y los materiales encontrados en ellas se trata de un lugar de carácter religioso.

                   El timiaterio se trata de una figura femenina desnuda, realizada en bronce. Es una escultura de esmerado y detallado trabajo realizada por, según parece, algún artesano de Tartessos (Cádiz), y que representa una adolescente que porta una paloma en una mano y en la otra  otro objeto, ya perdido,  que no ha  sido posible identificar, tal vez una lanza o cetro. Sobre su cabeza, se inserta, de forma delicada, una cazoleta quemaperfumes en forma de loto. Se piensa que la vía Heraclea fue la ruta comercial, a través de la que llegó  la estatuilla. Se presume un largo uso sagrado del timiaterio, de al menos, cien años.

                El poblado se planificó, dotándolo de una muralla y una torre orientada al este,  en el único punto de acceso al poblado, subiendo el Peñón de Quiebraaraos. La presencia de armas y cerámicas griegas, apunta a la influencia, e incluso podría indicar la presencia púnica en el poblado.

                  Otros yacimientos iberos de la zona: Haza del Rey; Loma de Cañada Juncosa; Loma del Rey; Camino del Haza del Rey.

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