

En la puerta del ayuntamiento nos hacemos la foto e iniciamos la primera etapa del año 2018, nacimiento oficial del grupo de senderismo Sosquil. 20 andarines respondemos a la convocatoria.
Empezamos a andar por la calle Cervantes y bajando a la del Cura cruzamos el río por el parque de La Elisa para seguir el camino de la vega. Después del cerro de Juan Chucho, a la altura del cuco de Isidro Cano giramos a la izquierda hasta el camino del Jaral. Tras el Corral del Veterinario o de Chambergo, que nos sorprende con sus arcos de piedra aún en pie, giramos a la izquierda hasta encontrar la senda del Cerro del Chopo. Es una hondonada arcillosa que recoge y retiene el agua de lluvia. De aquí sacaban la greda (arcilla) que suministraba a las dos tejeras que hubo en el pueblo. Y recordamos que de crios veníamos a llevarnos bolsas de barro para hacer nuestras bolas para jugar al cenado.
Es un paraje muy interesante que podría ser un buen punto de observación de pájaros y otros animales que vienen a los comederos y bebederos existentes. ¡La concejala de Medio Ambiente ha tomado buena nota de ello!. Además esta es zona de dispersión de avutarda.
Retornamos al camino hasta encontrarnos con el del Haza del Rey y entre pinos proseguimos hasta donde el GPS marca la Cañada Real, aunque sin delimitar aún por la Junta. Ahora a la derecha por el Camino del Pozuelo, con un agradable olor a tomillo visitamos una especie de dolmen, indicador de límite de finca, y llegamos al camino de la Casa de Quevedo a Casas de Lázaro (camino al Pozuelo) que discurre entre la finca de Peñablanquilla y de La Quejola.
A la derecha dejamos una construcción de piedra en forma de u, bardo, un abrigo para el descanso de personas y animales. LLegando a la Cañada de la Quejola, que recoge las aguas desde Peñablanquilla hasta el río, seguimos el camino de la derecha que nos llevará hasta la alquería de La Quejola, entre monte bajo y las tierras de labor de los Langostaos.
En uno de sus tramos descubrimos numerosos lazos que esperan a los depredadores, posiblemente zorros, aunque puede caer cualquier otro animal que meta su cabeza por ese paso. Esta es una finca especialmente dedicada a la caza, numerosas perdices lo confirman y con frecuencia nos encontramos con puestos y comederos, así como cereales esturreados por todo el camino para cebarlas.
Llegando a la alqueria el guarda de la finca sale a recibirnos y después de intercambiar, amablemente, información sobre lo público y lo privado, seguimos con nuestros quehaceres. A la izquierda el cerro del Castillo, yacimiento del bronce, donde hay un palomar con dos torres muy peculiares, que nos recuerdan que no podemos visitar. Y a la derecha la casa del señorío con sus heráldicas, la hermita y otras dependencias para el personal. Por cierto, un emporchado lleva meses derruido y sería indicada su rehabilitación.
Contemplamos la dehesa y bajamos hasta la vega dejando a la izquierda el molino medieval cuyo acceso se realizaba por un puente de piedra que ha sido incomprensiblemente sustituido por vigas. Decidimos almorzar junto al río y vamos compartiendo y degustando. La novedad, trocitos de melón que Paquito va repartiéndonos equitativamente con palillos chinos de sus mimbreras. La teja de almendra tampoco estaba nada mal.
Cruzamos el río y a la izquierda, a unas decena de metros junto a la acequia, unos agujeros en losa viva estimulan nuestra imaginación y hasta nos conectan con los extraterrestres. A media loma queda la casa del pastor y el corral del ganado y un poco más atrás, antes de la carretera, un yacimiento medieval.
Seguimos el camino paralelo a la vega; en la orilla del rio La Quejola, antes Montemayor, algunos chopos autóctonos envejecidos y muchos cañares, adonde criaba el pájaro mosquitero, endémico de la zona, en sus peculiares nidos colgando de las cañas. Puede verse el correteo de conejos y urracas. En la orilla del camino numerosas carrascas y acequias que, al decir de expertos, fueron construidas por los árabes.
Nos llegamos hasta el Haza del Rey, y en el estrechamiento del camino junto a la presa, una zona rocosa da paso a lo que fue una domus o caserio de un noble romano, en donde fácilmente se encuentran restos de su existencia. Dejamos atrás la Vereda y seguimos hasta las casas trogloditas, las Cuevas de Franchillo, algunas de las cuales están siendo rehabilitadas, y después de la plaza de toros llegamos a la calle del cura.
Después del parque del Polo seguimos por la calle de bajo y, a su paso, añoramos el bar de la Clotilde para habernos comido un pipirrana. Y en su defecto nos conformamos con reponer líquidos e higadillos en la plaza, y hablar de socios, seguros, toros y etapas.
Hemos andado 16 km en cuatro horas, con un desnivel de 300 metros, en una etapa circular de poca dificultad que ha discurrido por monte bajo, pinos, dehesa y numerosos recuerdos y evidencias de la historia de nuestros antepasados. Buena etapa y buena compañía. ¡Que bien nos lo estamos pasando!